Hace mucho tiempo, en la época de los dragones y los castillos, corría el rumor de que una bruja tremendamente malvada habitaba en lo alto de una montaña, desde la que podía ver decenas de pequeños pueblos y a todos sus habitantes.
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Hace mucho tiempo, en la época de los dragones y los castillos, corría el rumor de que una bruja tremendamente malvada habitaba en lo alto de una montaña, desde la que podía ver decenas de pequeños pueblos y a todos sus habitantes.
En cambio, a ella nadie la había visto, pero todos habían recibido notas firmadas de su puño y letra. Además, una vez al mes, cuando caía la noche, escuchaban su risa chirriante a lo lejos.
Junto a Rapucia -así se llamaba la bruja-, vivía un dragón que ella manejaba a su antojo.
La bruja estaba convencida de que los libros no servían para nada. Que lo único para lo que servía leer era para perder el tiempo y para que a la gente se le llenase la cabeza de ideas absurdas.
A Rapucia no le bastaba con tener ningún libro en su castillo, sino que no quería que ninguna otra persona leyese. Por eso, usaba a su dragón, que escupía fuego por la boca, para quemar todo libro del que tenía noticia.
Poco a poco, fue pasando el tiempo y las personas de los pueblos cercanos al castillo de Rapucia se olvidaron de leer. Los niños no lo echaban de menos, porque nunca habían tenido un libro entre sus manos.
Pero, lo que no sabía Rapucia es que el dragón, antes de echar fuego para hacer arder aquellos libros, los leía. Era tan habilidoso que Rapucia nunca se había dado cuenta.
Con el paso de los años, el dragón fue siendo consciente de todo lo que estaba aprendiendo con aquellos libros que leía a escondidas. Por eso se propuso acabar con esa situación y permitir que la gente de los pueblos pudiese volver a leer. Entonces decidió engañar a la bruja.
Primero pensó que sería muy difícil, pero en realidad no lo fue tanto. Se inventó la manera de hacerle creer que los libros ardían, aunque en realidad iban a parar a una fosa secreta.
Mientras Rapucia dormía, el dragón se dedicaba a repartirlos entre las personas del pueblo.
Un día, se le olvidó uno en el castillo y llegó a las manos de la bruja. Como siempre mandaba quemarlos antes de tocarlos siquiera, ella no sabía ni qué era. Pero opto por abrirlo, y en seguida se sintió atrapada por una bonita historia que le recordó su infancia en la escuela de magia y hechicería.
Rapucia notó que lo escrito en el libro hacía retumbar su corazón y desde entonces cambió la opinión que tenía acerca de los ellos y de la lectura.
Cuento de: Silvia García
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